domingo, 1 de julio de 2007

Segunda Cruzada

La segunda cruzada se origina a causa de la consternación que sintió la cristiandad en occidente cuando cayó Edesa en manos de Zengui, el primer gran caudillo musulmán en conseguir una significativa victoria ante los francos.
Edesa era una importante ciudad cristiana, había sido el lugar donde los bizantinos habían encontrado la sábana santa, y tenía un valor muy apreciado tanto para oriente como para occidente.
La reina de Jerusalén, Melisenda, en un acto desesperado sabiendo que con las fuerzas de oriente no podrían recuperar la ciudad arrebatada a Joscelino, envía a Hugo, obispo de Jabala a entrevistarse con el Papa Eugenio III para pedirle ayuda occidental ante tan graves acontecimientos.
Eugenio III no tenía todo el poder consigo, ya que se encontraba en Viterbo en una situación algo incómoda, por no poder siquiera acercarse a Roma, donde los rebeldes a su política dominaban la ciudad.
Sin embargo, decidió que había que predicar una cruzada para fortalecer a la cristiandad en Ultramar, así que se puso en acción escribiendo una Bula especial al rey Luis de Francia y a todos sus nobles, con el objetivo de convencerlos de abrazar la cruz y marchar a oriente a recuperar el lugar santo de Edesa..
El rey hizo un llamamiento a todos sus vasallos y se encontró un tiempo después con ellos en Bourgues, aunque luego de una fría reunión salió sumamente desilusionado porque no halló entusiasmo cuando dijo que iba a abrazar la cruz; prácticamente nadie se adhirió a sus palabras, apegados como estaban a sus ricos feudos y a sus productivos campos.
Convocó entonces una nueva asamblea tiempo después en Vézeláy donde predicó Bernardo de Claraval en 1146, y donde quedó demostrada la elocuencia de San Bernardo, acostumbrado a fulminar con su palabra hablando como si fuera el mismísimo Jesucristo y probablemente con gestos y aparatosidades que impresionarían en gran forma a los toscos caballeros francos, y como resultado de ello convenció al auditorio de tal manera que salieron todos enloquecidos pidiendo cruces y entusiasmados con la idea de viajar a los Santos Lugares.
Bernardo no se detuvo allí, sino que animado por el fervor recogido de sus palabras recorrió todos los territorios de los francos obteniendo un éxito similar pueblo por pueblo en territorio franco, hasta que un obispo lo invitó a Renania, ya en territorio germano, y luego del comienzo de su prédica, que mucho tendría que ver con la exaltación del cristianismo pero también con el miedo, el odio y la destrucción de todas las demás religiones, tuvieron lugar enormes matanzas de judíos en Alemania, por parte de la gente que tomaba demasiado al pie de la letra la predicación del Santo.
Una vez aplacadas las revueltas contra los judíos con mucho esfuerzo por parte de las tropas locales, el santo comenzó a predicar con más intensidad en todos los territorios germanos e incluso hubo un encuentro con el rey Conrado, que resultó algo frío y distante.
Pensó en volverse a los territorios francos, pero no volvió a porque insistieron los obispos alemanes en que se quedase predicando.
Un segundo encuentro con Conrado en Navidad volvió a desilusionar a Bernardo, pero el pueblo alemán ahora desesperaba por ir a la cruzada.
Finalmente en un último encuentro Bernardo se esforzó y logró conmover de alguna manera al rey alemán, o al menos pudo convencerlo de partir, ya que este accedió a dar su palabra de emprender junto al rey Luis de Francia la cruzada.
Esta noticia preocupó al Papa porque no quería involucrar a Conrado en las cruzadas ya que confiaba en el equilibrio que el rey alemán produciría ante cualquier bravuconada del rey Roger de Sicilia, peligroso adversario de la Santa Sede, y que ahora quedaría con cierta ventaja si aprovechaba la salida de los reyes hacia oriente, como para intentar asaltar las propiedades papales.

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